domingo, 26 de octubre de 2014

La gota.

Exprimiré la última gota del trapo y si cae en mi boca, la disfrutaré desde el inicio hasta el punto de asentamiento. La sentiré correr por las vías digestivas como un torrente que humedece las sensaciones acumuladas en las paredes que conducen al alimento, quedaré saboreando la saliva que emergió producto del encuentro y la tragaré lentamente, hasta que la resequedad propia de la terminación del manjar, me haga ver hacia otro lado y me obligue a trasladarme para adquirir un envase con miles de gotas, las cuales no producirán el mismo efecto, pero establecerán una satisfacción temporal, la cual permitirá caminar al lado de la inevitable fluidez del tiempo.

Si por otro lado ocurriese la condición adversa, y la gota se pierde en el trayecto definido entre el trapo y mi boca, me encontraré en el punto intermedio, el de la resequedad sin satisfacción, la terminación de algo que no se inicio, una paradoja, interesante para analizar y discutir, pero no por mucho tiempo, porque igualmente tendré que trasladarme, tendré que moverme.

De una u otra manera, la tierra absorberá a la gota, quizá ésta se evapore para formar parte de algún sistema climatológico o alguien se hidratarà, las consecuencia siempre será la misma, la resequedad llamará a la gota, la gota podrá reducir la resequedad o simplemente la intensificará.

Con o sin paradojas, la necesidad siempre estará ahí y la gota será la estrella del espectáculo.

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