domingo, 14 de febrero de 2016

Probidad enmascarada.


Seis de la mañana, ya estoy en Caracas, dejé a mi esposa en el trabajo y yo inicio mis tareas temporales como taxista, las cuales permiten ciertos ingresos igualmente temporales, dos carreras tempranito, el día se vislumbra productivo, aunque no tanto como muchos piensan, porque tengo que alimentar a cuatro bocas, incluyendo al vehículo que requiere de tanta atención monetaria o más que el resto de la familia.
A eso de las 09:00 am, el hambre fisiológica aparece como un fantasma burlón, una especie de compañero inseparable, la sombra de la sombra, esa que no se puede ver pero sabemos que existe, así que decido ir a una panadería que descubrí unos meses atrás, oculta en una avenida caraqueña, ideal para desayunar con tranquilidad, la cual me gustó porque los cachitos de jamón, mayores en tamaño y contenido respecto al promedio conocido, costaban 85 Bolívares (la semana pasada), por lo que un café, todavía a 50 Bolívares en ese sitio con un cachito, no golpeaban tanto la economía vinculada al desayuno.
Después de comer me dispongo a pagar y la cajera me dice que son 145 Bolívares, 10 Bolívares más que la semana pasada, en consecuencia le pregunto el precio del cachito, a lo que me responde “95 Bolívares, esta semana aumento, Ud. Sabe, todo aumenta en la calle”.
Posterior al pago, realmente me molesté, la gota que derramó el vaso, que vaina, el café grande aumentó hasta 25 Bolívares en dos semanas, las pechugas de pollo limpias a 1.100 BS/Kilo y subiendo, carne a 1.000 Bs/kg y subiendo, pescado a mil y tantos el kilo y subiendo, Brócolis a 500 Bs./kg y subiendo, un vulgar mercado sin proteínas para tres personas por una semana alrededor de los 4.000 Bolívares y subiendo, apartando la leche también a 90 Bs./Litro y demás rubros que puedo comprar a mejores precios haciendo colas interminables varias veces por semana, perdiendo digna y miserablemente un tiempo que debería invertir para trabajar y poder pagar esas bagatelas de tercera.
Se acabó, me cansé, me uniré al club de delincuentes criollos, los bachaqueros, los que abusan de lo que reciben a bajos costos como beneficios para revenderlos al pueblo, en lo sucesivo cobraré yo también el precio justo por mis carreras.
Empecé con un cliente fijo que llevo desde la Salle hasta Boleíta Norte por 350 Bolívares, buscándolo en la puerta de casita, esperándolo y dejándolo en su trabajo, al llegar me dice ¿Cuánto es? Son 550 Bolos papá, ¿Qué, no eran 350? ¿Qué te puedo decir papá? Todo sube, si no te gusta el precio, la próxima vez llama a tu pana de la línea que te cobró 600 cuando te llevó. Obviamente me pagó con cara de pocos amigos y me despedí diciéndole ¡Hasta la próxima ocasión Papá, siempre a tu disposición!
Algo parecido hice con el Pana Taz Polanco, a quien le dupliqué el precio por acompañarlo y llevarlo a varios sitios por dos horas en la mañana. Al quejarse le dije “Te estoy cobrando barato, puedes confiar en mí, sabes que no te daré un palazo cochinero para robarte y dejarte tirado por ahí, si no te gusta cambia de taxista y asunto arreglado Papá”
Más tarde estaba lloviendo levemente y me sacó la mano una señora de unos 70 años para que la llevara desde el final de la Libertador (lado Country Club), hasta el final de la Casanova.
- ¿Por cuánto me lleva?
- 500 Bolos mi doña
- Pero mijo, normalmente yo pago 150 Bolívares
- Si no le parece quédese bajo la lluvia y espere a otro taxista que le cobre esa cantidad. ¿Sabe Ud. Cuánto cuesta cada caucho chino de 13”? ¿Sabe Ud.? 30.000 bolos ¿Cómo cree que lo puedo comprar si le regalo mi trabajo? ¿Sabe Ud. Cuánto me costó cambiar el clutch poniendo yo el repuesto? 12.000 Bolos.
Y así pasé el resto del día, cobrando mi “precio justo” y ganándome un realero a cuenta de los ciudadanos, algunos indefensos y honrados, otros quizá peores bachaqueros que yo, quienes probablemente se dijeron “¿Qué carrizo? Recuperaré lo que estoy pagando estafando a otro incauto ciudadano”.
Eran las 3:00 pm y la jornada había terminado, la guantera no se podía cerrar por tener tantos billetes marrones, tomé unos cinco y me detuve en una panadería, donde pedí un lipton de ½ litro por 130 Bolos, un cachito por 120 Bolos y un café grande por 75 Bolos, hasta insignificantes me parecieron los 325 Bolos que pagué por dos bebidas y un pan con “jamón de quinta”, me dirigí al carro y mientras comía y bebía, ordenaba los billetes con la cara del libertador al frente, la paca era bestial, casi no la podía sostener con una mano, y curiosamente no me sentí mal, mi conciencia estaba tranquila, además, ¿Qué podía hacer? Casi todos lo hacen y reitero, mi conciencia estaba tranquilita.
Habiendo terminado, manejé hasta un lugar seguro para descansar, feliz como lo hace un puerco al comer a libre voluntad, apagué el carro, dejé el ventilador encendido y me recosté en el asiento, estaba realmente cansado, simplemente cerré los ojos, puse la alarma del reloj para que se activara en 15 minutos y dejé que la jornada saliera de mi cuerpo.
Sonó la alarma del reloj, tirititi tirititi, tirititiiiiiii...abro los ojos, todo está oscuro ¿Qué pasa? No estoy en el carro ¿Dónde carajo estoy? Me doy cuenta que estoy acostado sobre una cama, mi esposa está a mi lado, son las 4:00 am, es la hora de levantarse para prepararnos y salir para Caracas, estaba soñando, lo recordé todo vívidamente y se me revolvió el estómago, me dieron ganas de vomitar, como pude soñar esas barbaridades, que sensación más asquerosa.
Cinco minutos más, hora de levantarse, y a la ducha para terminar de despertarme, pensando en ese sueño aberrante y extremadamente normal para muchos “Criollos” que esta patria parió. Mientras el agua con olor y sabor terroso corría sobre mi cuerpo, veía mis manos y recordé cuando contaba la paca de billetes marrones que las manchaban, algo así como embarrarme con las heces ajenas, me acordé de Reverón, pero el era un artista, un genio, por encima de su locura ¿Quién se atrevería a criticarlo?
Pasado un rato y varias enjabonadas, mi cuerpo quedó limpio, las manos, quedaron olorosas, a veces los perfumes engañan, a veces nuestros humores los destruyen, continúo con la rutina matutina en la cocina, desayuno PA la familia, preparativos, asomarme con cuidado porque en los Valles del Tuy todo puede pasar con los malandros, a toda hora, “fila”, vía Caracas por segunda vez en el día, dejo a mi esposa y comienzo, dos carreras tempranito, el día se vislumbra productivo, aunque no tanto como muchos piensan, porque tengo que alimentar a cuatro bocas, incluyendo al vehículo que requiere de tanta atención monetaria o más que el resto de la familia.
A eso de las 09:00 am, el hambre fisiológica aparece como un fantasma burlón, una especie de compañero inseparable, la sombra de la sombra, esa que no se puede ver pero sabemos que existe, así que decido ir a una panadería que descubrí unos meses atrás, oculta en una avenida caraqueña, ideal para desayunar con tranquilidad, iba en cierto modo preparado, el tema de los precios no era tan descabellado, pido un cachito de jamón y un marrón claro grande, me siento y disfruto la tranquilidad del sitio mientras desayuno. Termino, me dispongo a pagar y la cajera me dice que son 145 Bolívares, 10 Bolívares más que la semana pasada, en consecuencia le pregunto el precio del cachito, a lo que me responde “95 Bolívares, esta semana aumento, Ud. Sabe, todo aumenta en la calle”.
No me sorprendió, me lo esperaba, pagué los 145 Bolívares y mientras lo hacía vi mi cara reflejada en un espejo ubicado detrás de la cajera, noté que debía afeitarme, arreglarme la barba, mi nariz era la misma de siempre, grande como decían mis padres, simplemente era yo, no había cambiado, afortunadamente, continuaría con mis labores, le ofrecería mi mejor sonrisa a los clientes, no los engañaría, negociaría sanamente con ellos, pondría en práctica algo que aprendí de una maestra que tuve unos quince años atrás, "respetar a la gente a la que sirvo".
Post Data: Seguramente mi esposa dirá al leer este post: “Es obvio que no eres un taxista criollo”

PAO.

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