martes, 9 de febrero de 2016

El silencio de los inocentes.


Hoy era mi día de compras, últimamente no me gusta mucho pulular por ese supermercado pero "era mi día", así que me aventuré, como en otros establecimientos, porque las reservas nutritivas están bajando en casa.
Hoy vi muchas caras, reconocí algunas, son las de siempre, me imagino que al verme dirán lo mismo, les encanta ir a ese lugar, a veces no se entiende, pero la verdad es que tienen necesidades como cualquier otro mortal que debe alimentarse y no solamente vivir de ideales mientras otras panzas explotan por tener tantos privilegios.
Diviso la fila externa y noto que hay poca gente adentro, así que paso y observo muchachos llegando con carretillas de Harina de Trigo precocida (Juana), mayonesa Mavesa y aceite de maíz de ½ litro, así que busco la cola interna y me emplazo en su final, al rato un señor llega y la pregunta a la señora que está delante de mí:
- ¿Esta cola es con ticket?
- La señora responde: Si señor, tiene que pedir su ticket afuera, hacer la cola allá y luego lo dejarán entrar para comprar productor regulados.
No sé si fue el coraje (como dicen en México), la desilusión o ambos sentimientos combinados, pero sentí que mi cuerpo se enfrió repentinamente, quedé paralizado por un rato, pero reaccioné y me dirigí a la cola externa y la recorrí hasta llegar al estacionamiento (por cierto estoy hablando del Luvebras de la Florida), negándome rotundamente a pedirle un ticket al señor que le asignaron tan ignominiosa tarea.
Pensé que probablemente no compraría hoy en ese lugar, así que mientras decido que hacer, salgo, hago pipí en el Mac Donalds, es lo único que se puede hacer en ese lugar con las hamburguesas de 1.400 bolos PA arriba, me recuesto en la baranda externa del MAC y enciendo un cigarro mientras veo a la gente pasar, mayormente con bolsas de la compras recién hechas en el súper. Me llamó la atención una bella dama, morena robusta, bien contorneada, sus carnes eran firmes, rondando los cincuenta, estaba vestida de negro, me hizo recordar a la esposa del zorro, llevaba unas 10 bolsas de mercado distribuidas equitativamente en cada mano, el peso no la desequilibraba, aun llevando tacones, pero su expresión era dura, sus ojos brillaban como las estrellas de un sistema binario, metafóricamente hablando, cegaban al verla directamente, así que bajé la mirada mientras escudriñaba que llevaba en las bolsas, claro, los productos regulados eran pocos, el resto eran vegetales y otros “peretos” de limpieza, creo. Repentinamente se detiene casi frente a mi curiosa persona, apoya en la acera las bolsas que llevaba en la mano derecha, saca un celular de su bolsillo y llama:
- Miamorcito (Ustedes se imaginarán el tono del “Miamorcito”), ya salí del supermercado, será posible que vengas a ayudarme con las bolsas, pasé dos horas haciendo cola, estoy cansada y obstinada. Sal del carro de una vez y ven a cargar el mercado.
Noto que ella mira fijamente al frente, tomando en consideración su sentido de avance, y miro hacia ese objetivo imaginario, pasados unos quince segundos veo venir con cierto apuro a un señor flaco, “esmirriado”, como de sesenta años, escuálido en todo el sentido de la palabra (no por vinculaciones políticas, esclarezco), como llegado de una nevada, todo el cabello blanco y más feo que pegarle a una mamá, pensé en los gustos de la dama, algo fetichista quizá. El señor, con cierta torpeza se acerca a ella y toma las bolsas para llevarlas, me imagino que al carro que debería tener estacionado cerca. El pobre señor estaba pariendo mientras caminaba con las bolsas, hasta lástima me dio, me dije internamente que debería prestarle apoyo, pero mi voz interna me gritó “Queese quieto Señor Paolo”, así que simplemente vi como la pareja se alejaba, el tipo tambaleando con las bolsas cual parkinsoniano sin el medicamento del día y la dama caminando erguida y con un contorneo que me hizo pensar en estos tiempos socialistas y las consecuencias propias de no poder lavar porque no hay agua y el jabón está escaso.
Por unos instantes me olvidé de mi problema previo en el súper mientras ellos desaparecían de mi campo de visión, boté el cigarrillo terminado, me asomé nuevamente en el estacionamiento y al frente del establecimiento, notando ningún cambio. Me dio cierta rabia pensar en las condiciones como se tiran los productos en una esquina del supermercado para que la gente, cual corderos en la cola, después de pasar por la aduana alimenticia (sin ánimos de ofender por las penurias experimentadas, las cuales también he vivido en carne propia), tome la dádiva ofrecida por los dirigentes del lugar, limitada por las actuales políticas públicas, la falta de sentido común, la corrupción y demás aberraciones públicas conocidas. ¿Por qué no la colocan en los anaqueles antes de abrir para que después las personas los tomen como personas decentes? No puedo creer que los productos siempre lleguen después de abrir el supermercado, al mediodía o en la tarde, por supuesto, le sale mejor al encargado de esta cadena evitar pagar empleados adicionales que los organicen en las estanterías para que estos desaparezcan en un “tris”, pero allí radica la educación y el respeto por los clientes. Lo que falta es que empiecen a venderlos en el estacionamiento, al aire libre y bajo el inclemente sol, haciendo una cola gritando un famoso eslogan de Oscar de León.
La ciudad se ha convertido en un mercado persa, hasta los perros venden algo, a veces más caro y en condiciones menos higiénicas que las encontradas en un establecimiento formal, nos quejamos por la calidad del agua que llega a nuestras casas pero no nos fijamos cuantas veces el vendedor de piezas de pollo se rasca los genitales o se quita con los dedos los humores nasales durante la jornada laboral, porque no todos los que despachan están a la vista del consumidor. En cualquier lugar (zapaterías, tiendas de ropa, etc), se venden productos regulados, las masas son movidas por el viento callejero como ejércitos de papel para poder comprar a precios aceptables o son esculpidas como estatuas en lugares cómodos para alcanzar el mismo objetivo.
Mientras tanto, en vez de solucionar el problema, nuestros representantes en el gobierno lo que hacen es generar nuevas propagandas y crear más restricciones argumentando que la escasez se debe a los bachaqueros, a los acaparadores, a los imperios, a la guerra económica, etc. Los comerciantes, productores y distribuidores no son unos santos, eso es definitivo, pero hasta cierto punto hay un límite si la espada de Damocles siempre pende sobre sus cabezas (ojo, no los justifico).
Actualmente no acepto ni discursos ni golpes de pecho de ningún lado (en la justa proporción), resaltando el hecho de servir a la gente, porque en la mayoría de los casos es una mentira pura y dura. La viveza criolla de los tres lados, gobierno, oposición y el propio ciudadano, nos cae en las cabezas como lluvia ácida impidiéndonos ver la realidad y manteniéndonos en un estado de peligrosa somnolencia, corriendo el riesgo de despertarnos sobresaltados y demasiado agitados.
Hemos perdido demasiado en un corto lapso, en una generación casi cumplida, y de nosotros depende no perderlo todo en este proceso de involución. Ese fue mi último pensamiento antes de retirarme del Centro Comercial en cuestión, donde nada pude comprar pero disfruté el hecho de haber admirado a una interesante dama de la calle.
PAO

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