lunes, 8 de febrero de 2016

Amores platónicos

La casa es gigantesca, pero parece un pañuelo, el ratón lo experimenta con cierta regularidad, la casualidad siempre lo coloca en el sitio equivocado, parece guiarlo inconscientemente, el gato lo sabe, su mayor virtud es la paciencia, conoce las costumbres de su compañero de juegos, solo debe sentarse a esperar.
El ratón parece un ser metálico, atraído por las zonas imantadas del hogar, el gato lo sabe, tiene centenares de imanes guardados para cada ocasión, los va colocando como trampas en cada rincón del hogar que comparten.
Es un juego interesante, a veces el gato trae a un amigo para poder engañar al ratón haciéndole creer que no está pendiente de él, a veces el ratón cuenta con la ayuda de otro amigo que vigila escondido los movimientos del gato. A veces el gato asume el rol de ratón y su compañero lo caza, lo persigue, con una astucia que lo hace sentirse vivo, notado, considerado.
El hijo del gato no caza al ratón, el padre no se lo permite, el hijo del ratón lo conoce, son amigos y ambos se divierten vigilando a hurtadillas los movimientos de sus padres, saben que al final del día, probablemente terminen golpeados y magullados, pero vivos y satisfechos por las aventuras experimentadas durante la jornada. A veces terminan exhaustos y dormidos, uno al lado del otro y el primero que se despierta en la mañana, deja la escena sigilosamente, se esconde y deja caer algún objeto al piso para que el amigo se despierte y así comenzar la aventura.
Cuando alguno de ellos se enferma, los hijos lo cuidan mientras el compañero pasa horas o días, preocupado, esperando por la recuperación de su pana, le pregunta a los hijos por su salud, inclusive roba algo de comida para consentirlo.
La rutina prosiguió por años, ambos estaban viejos, pero aún tenían algo de fuerzas para un último juego, ambos abrazaron a sus hijos esa mañana, les dijeron cuanto los amaban, que no se preocuparan por ellos. Los hijos no entendieron esas repentinas muestras de afecto paternal, pero se alegraron por algo que ya sabían.
En algún momento de la mañana el ratón se detuvo en el medio de la sala y chilló con fuerza, llamaba a su amigo, le invitaba a correr, a perseguirlo, a sentir el viento en su cara, al gato maulló con todas sus fuerzas, lo hizo varias veces, y la anciana, dueña de la casa pensó que esta vez sería la definitiva, por fin Vladimir, su gato, cazaría a Sergei y acabaría con ese ratón que le había hecho la vida cuadritos por tres años. Vladimir ya tenía 12 años cuando conoció a Sergei, al principio Sergei era mucho más ágil que el gato, pero con el paso del tiempo se emparejaron y era hasta gracioso verlos acosándose mutuamente, perseguirse y estrellarse con cualquier mueble de la casa.
Sergei había retado a Vladimir, el gato aceptó, el ratón salió como bala por una ventana entreabierta y Vladimir hizo lo propio, corrieron como locos por la acera, llegaron a un edificio en construcción y empezaron a subir mientras sentían que se les acababa el aliento; llegaron al piso décimo, donde estaban dispuestos los encofrados para vaciar el hormigón, Sergei se detuvo en la esquina de una tabla que estaba a punto de caerse, medio cuerpo en el aire y el resto apoyado en el piso, miró fijamente a Vladimir, retándolo de nuevo, y el gato no dudo, con el poco aliento que le quedaba dio el gran salto para atraparlo, pero al aterrizar en la esquina de la tabla donde estaba su presa, esta se volteó por no tener soporte en el otro extremo y ambos cayeron al vacío. Mientras se precipitaban hacia el suelo parecían reír, chillando y maullando, alertando a los obreros que allí trabajaban, fueron unos segundos en caída libre, pero los mejores momentos de los tres años pasaron por sus cabezas, esos recuerdos que solo pudieron compartir a través de sus hijos quienes los comentaban entre ellos, pasando al acabarse el tiempo lo inevitable, se estrellaron contra el pavimento de la acera, todo acabó instantáneamente, silencio y oscuridad los cobijaron, fue como caer rendido en la cama después de un arduo día de actividades, cuando los párpados pesan una tonelada, cuando el cuerpo se hunde en el inconfundible abrazo de Morfeo, cuando las preocupaciones dejan de tener peso y la conciencia se relaja, cuando lo bueno y lo malo simplemente se mezclan, anulándose para generar paz, sosiego y tranquilidad.
Hubo silencio, los cuerpos parecían un planeta y su luna, los transeúntes los evitaban, algunos obreros sintieron tristeza, los conocían, cientos de veces los habían visto correr por la construcción desde su inicio, por lo que los retiraron de la escena y los enterraron en un parque cercano, en un lugar secreto, ambos con extrañas sonrisas en sus rostros.
Así terminaron los juegos de esos amigos que parecían odiarse, quedando los hijos para prolongar el legado, Mijaíl y Yuri, los amigos declarados que fingirían ante la dueña de casa que eran enemigos acérrimos, Yuri moriría primero en lo que a longevidad respecta, Mijaíl lo sabía pero no quería pensar en eso, simplemente quería disfrutar el tiempo y los momentos junto a su amigo del alma, esperando poder acercarse someramente a la gran amistad que sus padres compartieron.
PAO.

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