martes, 9 de febrero de 2016

La ciudad de la represión.


Vivo en una ciudad demasiado custodiada por aves de presa armadas hasta los dientes, zamuros en busca de lo que se considera carroña, seres que parecen robots con armaduras protectoras, rostros desconocidos que se desplazan como oleadas de langostas bíblicas de un lado a otro, miles de aprendices ocupando espacios en la calle e imponiendo una especie de orden tan duradero como las fugaces enseñanzas de sus maestros, soldados con dobles personalidades quienes resultan ser los más abundantes, controladores ancestrales del desplazamiento humano en máquinas de combustión interna, aquellos que pretenden confundirse con la naturaleza usando sus colores, tratando de mimetizarse entre las estructuras de concreto pero sus armas no son ecológicas y otros grupos humanos, igual de agresivos que caminan entre las sombras.
Vivo bajo el escrutinio constante de demasiados individuos cuyo poder se sustenta en la pólvora y no en las palabras, en el respeto por la privacidad, en la confianza primaria, soy un potencial delincuente ante los ojos de algunos de estos paladines de una justicia bizarra, quienes muestran sus poderes no siempre con la educación debida, vivo entre aquellos que te presumen culpable antes que cualquier opción razonable, vivo rodeado por los tentáculos de la ley, una ley que se convirtió en una nube negra que tapa el calor que queremos percibir del Astro Ardiente, el sol.
Vivo en una zona de guerra donde se predica la paz, vivo momentos de paz mientras no estalla la guerra, vivo con una chaqueta de miedo que calienta en demasía, vivo mis días además, vigilado por los otros representantes informales de la ley, que son tan poderosos como los formales, tanto o más peligrosos que los primeros, vivo expuesto a la debilidad de muchas falanges irritables, vivo entre el facilismo de esos que pueden aprovechar sus posiciones de jerarquía, generalmente los más bajos en las cadenas de mando, escondidos de las miradas correctivas de sus superiores, quienes no están pendientes de fastidiarle la existencia al ciudadano común, sus objetivos son otros, vivo entre numerosas caricaturas de aquellos que suelen exponerse como servidores públicos, sé que hay muchos profesionales en esta fiesta represiva, me alegra al encontrarme con ellos, pareciera que los cargos de jerarquía por encima de lo básico los convierte en personas capaces de establecer empatías con sus semejantes y las leyes que alguna vez juraron respetar y defender.
Soy libre en una ciudad reprimida, una ciudad de perseguidores y perseguidos, estoy preso en plena libertad, vivo en una tensa calma que forma parte de la rutina, vivo en una ciudad enfurecida por las emociones de quienes la habitan, maquillada con pinturas baratas, parcialmente rejuvenecida a cuenta del poder, vivo observando como demasiadas almas se conforman con vivir viviendo, en vez de aprender a ser mientras viven.
PAO.

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